«Mil cortes en las hojas del árbol del mal equivalen a uno solo en las raíces». Sólo podemos lograr una mejora considerable en nuestras vidas cuando dejamos de cortar las hojas de la actitud y la conducta y trabajamos sobre la raíz, sobre los paradigmas de los que fluyen la actitud y la conducta. (Thoreau)

jueves

Desvaríos de una vida sin propósito

Hoy en la madrugada estaba bastante ansioso y no como otras veces por no poder dormir, sino porque amaneciera pronto y así apresurarme a realizar varias diligencias para resolver asuntos pendientes que me persiguen. Sigo arrastrando cosas del pasado que únicamente me hacen daño por la dificultad de resolverlas y con el paso de los años veo esos gigantes crecer mucho más, haciéndome sentir incapaz de poder derribarlos y destruirlos totalmente. Mi sobrino me acompañó a la ciudad, nos dirigimos al autoservicio de una entidad bancaria y una voz femenina en el altavoz se disculpó diciendo que no tenían sistema; información que no me causó gracia ni asombro. Considerando el calor y el tráfico le pregunte si las demás agencias tenían ese problema y ella respondió que no; no sé por qué le hice esa pregunta, ya que los sistemas están conectados a una red central y mi sentido común me dijo que era posible que las demás agencias tuvieran ese problema, pero no quería creerlo, nos dirigimos a otra agencia cercana y una fémina nos informó no tener sistema, me molesté pues aunque ya sabía que eso sucedería, me negaba a créelo.


Trascurrido el tiempo, considerando que la red se había restablecido nos dirigimos nuevamente a la agencia y en efecto, el sistema estaba restablecido; procuré concentrarme ya que mi neuropatía y la espasticidad de mis piernas me desconcentran y pongo nervioso a mi sobrino; colocamos en el recipiente los documentos y allí me percato que una gestión debía de realizarse en otra entidad bancaria, bien, procedemos a realizar lo que sí se puede en esa entidad, me solicitaron boleto de ornato, lo que por supuesto no tenía, al final no se realizó ninguna gestión. Nos dirigimos a buscar un parqueo lo más cerca posible a la municipalidad para comprar el boleto, pues hay que hacerlo porque es un impuesto. Ahora estoy asándome dentro del carro y mi sobrino anda comprando el boleto, lo que no le llevó más de una hora, gracias a las hermosas colas que se hacen en nuestras instituciones gubernamentales.

 En otra entidad le solicitaban el número del DPI (documento personal de identificación) a mi sobrino y claro mi mancebo bien pilas no lo andaba y preocupado llegó a informarme y había que llamar a mi hermana para que nos diera el número, pero no tenía saldo en su teléfono, salí yo al rescate y tome mi teléfono, llamé y a causa de poseer mucho saldo tampoco pude sacar la llamada. Vaya familia que somos!! Jajajaja. Gracias mi Dios por mi hermana y sus hijos, porque son una bendición para mí. Ahora me dirijo a la identidad y entro; gentilmente me condujeron a donde firmaría y todos en la cola en profundo silencio me daban la bienvenida y el aire acondicionado acariciaba mi piel. Terminada la gestión me despiden con sonrisas.

El sol se encuentra en su cenit, y yo aguardo en el carro casi en escabeche, parqueado en un centro comercial, mi sobrino se dirige a comprar avena integral, gramola y leche de soya, que consumo para ayudar a mi sistema digestivo; en mi desesperación impetuosamente salgo del carro y como el hombre araña me agarro hasta llegar a la puerta trasera y la puerta no quiso abrir, porque el control remoto quizá estaba fatigado o no se le dio la gana, lo que me obligó a rodear completamente el carro para llegar al asiento del piloto, hasta este momento cuando levanto mi vista, veo a un agente de seguridad perplejo de ver mi actividad, en su rostro de asombro parecía que estaba viéndome cruzar el Niágara en bicicleta Oh Dios!! Como quisiera poder correr tan fuerte como lo hacía antes, pero con el dominio propio para detenerme cuando sea necesario y no actuar en desaforo o de forma disoluta. Logro sacar mi andador y dejo cerrado el vehículo y tomando aire empiezo a caminar; ya me encuentro en el cruce de calles y sigilosamente veo a mi alrededor a personas que van y vienen y los vehículos parecen reverenciarme al disminuir su velocidad, pero ahora estoy frente a una bajada que en mi condición es como la complicada carretera hacia El Quiché, me detengo un momento, cuando de pronto una dama pasó frente a mí degustando un helado de paleta, el cual se me antojó y alcé mi mirada, vi una venta de helados a mi derecha y decidí dirigirme a ese lugar.   

Sentado en las gradas de la heladería recuperándome, de pronto escuché una voz diciendo: ¿Puedo invitarle a un helado? Yo le respondí que si, muchas gracias, el desconocido entró a comprar el helado y yo con esfuerzo con mis manos me sujeté de las gradas y logre subir y me senté en una de la sillas de metal  que rodeaban a una mesa del mismo material y una sombrilla que me abrazó para que no me diera más el sol. Ahora estoy deteniendo ese torrente de agua que procura salir de mis ojos, porque para mí es una evidencia más del grande amor manifestado de mi Padre; el extraño se acercó a mí con un helado de cono con dos enormes bolas y créanme que fue difícil contenerme y después de recibirlo empezamos a conversar de muchas cosas que no podré compartirles en este momento, solamente les diré la frase que escuche más de una ocasión: No reniegue porque Dios tiene cuidado de usted.

Mario quien ahora ya no es un extraño y que no creo volverlo a ver, pues pronto regresará a California; se despide y yo me quedo allí con mi sobrino en la mesa y le indico que tenemos que irnos, tomando la llave se dirige al parqueo para traer el vehículo; me dispongo a bajar las gradas y por más que quise evitarlo, me caí hacia atrás para no rodar en las gradas y algo avergonzado me empecé a reír y una dama al otro lado de la calle se asustó pero a tiempo llegó mi sobrino y me ayudó a levantarme. Nos dirigimos a casa, a mi exilio, mi isla de Patmos, a mi refugio, como quiera llamarle, sé que Dios está allí conmigo y no tengo miedo a equivocarme porque sé que lo haré, pero cada vez que me levante seré diferente, estaré más cerca de donde vine y hacia donde llegaré, entonces sabré como fui conocido y ésta breve tribulación será un suspiro, como la neblina se desvanecerá.


Aquí les dejo un pequeño fragmento de cuando Job renegaba su condición: »Por lo que a mí toca, no guardaré silencio; la angustia de mi alma me lleva a hablar, la amargura en que vivo me obliga a protestar. ¿Soy acaso el mar, el monstruo del abismo, para que me pongas bajo vigilancia? Cuando pienso que en mi lecho hallaré consuelo o encontraré alivio a mi queja, aun allí me infundes miedo en mis sueños; ¡Me aterras con visiones! ¡Preferiría que me estrangularan a seguir viviendo en este cuerpo! Tengo en poco mi vida; no quiero vivir para siempre. ¡Déjame en paz, que mi vida no tiene sentido! »¿Qué es el hombre, que le das tanta importancia, que tanta atención le concedes, que cada mañana lo examinas y a toda hora lo pones a prueba? Aparta de mí la mirada; ¡Déjame al menos tragar saliva! Si he pecado, ¿En qué te afecta, vigilante de los mortales? ¿Por qué te ensañas conmigo? ¿Acaso te soy una carga?¿Por qué no me perdonas mis pecados? ¿Por qué no pasas por alto mi maldad? Un poco más, y yaceré en el polvo; me buscarás, pero habré dejado de existir.» Que dilema se encuentra en un corazón perturbado por sus propios miedos a causa de su ignorancia y que suspira diciendo que vive para luego existir.

El SEÑOR le respondió a Job desde la tempestad. Le dijo: «¿Quién es éste, que oscurece mi consejo con palabras carentes de sentido? «¿Corregirá al Todopoderoso quien contra él contiende? ¡Que le responda a Dios quien se atreve a acusarlo!» Después de haber Dios cuestionado a Job con multitud de preguntas, Job respondió entonces al SEÑOR. Le dijo: «Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus planes. “¿Quién es éste —has preguntado—, que sin conocimiento oscurece mi consejo?” Reconozco que he hablado de cosas que no alcanzo a comprender, de cosas demasiado maravillosas que me son desconocidas. »“Ahora escúchame, que voy a hablar —dijiste—; yo te cuestionaré, y tú me responderás.” De oídas había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza.»

Las aflicciones pueden llegar a nublar nuestro juicio, pero si confiamos en la providencia de aquel que nos llamó de tinieblas a su luz admirable, sabremos entonces que todas las circunstancias por adversas que se vean, nos ayudarán para bien y no dudemos que somos como la luz de la aurora que va de aumento en aumento hasta que el día se hace perfecto y ya no tengamos nada que ver con las tinieblas que aún hay en nosotros, porque el que empezó en ti su obra, la perfeccionará, por tanto no debes ignorar la soberanía, justicia y juicio y del sobreabundante amor que hay en el que te hizo nacer de nuevo y te dio su paternidad por Cristo Jesús, Señor nuestro. Diciendo: Al que tomo por hijo le disciplino por amor. ¡Gracias Padre porque el olor de bastardo no está en mí, sino la dulce fragancia de un hijo amado que requiere disciplina y corrección para ser como su Padre!-


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