Un amanecer en la
granja de mi pequeña villa
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Pequeña villa |
«¡Faltan
100 días para navidad!» Frase que solía escuchar por la radio, y mi corazón
empezaba a inquietarse. Esa cuenta regresiva provocaba ansiedad que se iba
incrementando día tras día hasta por fin encontrarme frente al amanecer del día
24. Como de costumbre me levantan muy temprano para hacer las tareas que se
realizan en una granja. Pero el día es totalmente diferente. El cielo se ve más
azul. El canto de los gallos, el chillido de los cerdos y ese llamado de la
gallina a sus polluelos que se dan prisa para participar del banquete, forman
parte de esa orquesta sinfónica que hace más fácil mis tareas matutinas. Ya son
las siete de la mañana, y mi madre vocifera para invitarnos a la mesa, y como
polluelo me doy prisa. Mi lugar en la mesa espera, y con mucha propiedad me
siento a comer. Jamás olvidaré el día en que mi madre después de haber
realizado mis tareas, me dio un enorme pan y me sirvió café en un pocillo
blanco que ya se había hecho negro, no por estar sucio, ya que mi jefa era
obsesionada por la limpieza, sino porque el peltre se le estaba cayendo por el
uso. Ella me dijo: «Siéntate, te lo has ganado» A mis siete años eso era como
haber sido invitado a comer a la casa oval como recompensa a mi esfuerzo. Ella
jamás había leído las Escrituras en donde dice que el obrero es digno de su
salario, y que el que no trabaje bueno le sería no comer, pero en sus prácticas
había evidencia de haber sido enseñada por Dios.
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Ametralladoras |
Después
de lavar los platos y de sacar agua del pozo para llenar la pila, era hora del
baño para luego continuar con las tareas en la tienda. Vendíamos toda clase de
juegos artificiales de nuestra época, los cuales no eran muchos, si los
comparamos con los de hoy. Aunque los techos de las casas eran de palma, no
habían incendios, sólo uno que otro incidente como un silbador (canchinflín)
que se metió bajo la falda de una fémina, dedos inflamados por cuetes
reventados al lanzarlos, mas por personas bajo estado etílico, los que abundan
en esa época. Esa tienda parecía centro comercial, pues había licor, tampones,
abarrotes, fármacos, restaurante, salón de baile, cine y confesionario, era
toda una miscelánea rural. A pesar de toda esa carga de trabajo, mi ánimo por
al fin estar en ese tan ansiado día no menguaba, y siendo las 9 de la noche "buena",
mi viejo me decía: «Anda a divertirte un rato, yo me quedare atendiendo» Como
todo judío codo, había observado que era más rentable pedir ametralladora que
paquete de cuetes. Desmenuzaba todos los cuetes de la ametralladora y los
guardaba en una bolsa de nylon. Para no gastar en fósforos sólo se requería
frotar la mecha en donde se friccionaba el fosforo y listo para terminar de
desquebrajar los nervios de las personas de la tercera edad.

Es
hora de regresar a casa, porque ya casi dan las 12 de la noche "buena"
y dará inicio la "navidad". Por alguna razón entre ese estruendo de
muchos cuetes de la media noche, emergía cantidad de llanto y abrazos,
situación que provocaba quebrantamiento a mi corta edad, influenciado por esa
psicosis colectiva. ¿Quién no termina llorando cuando ve a sus seres queridos
en un mar de lágrimas? Así fue como empecé a sentir nostalgia por ese día. Esas
luces intermitentes del árbol de la navidad traían sentimientos encontrados.
Todo se hacía con gran solemnidad, porque mi madre era la religiosa líder de la
aldea; la que organizaba las posadas, y practicaba toda la liturgia propia de
esa ocasión. Cuando me encontraba envuelto en esos brazos de mi viejo, se
desbordaba un torrente de lagrimas seguido por suplicas de perdón y promesas de
ser un mejor hijo. Esta escena se repetía año tras año, porque ese sentimiento
de culpa se disipaba como el aire que exhalamos, pero luego volvía como el aire
que inhalamos; todo se iba de suspiro en suspiro.
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Navidad |
Esa
efímera alegría era tan sólo un espejismo, pues al despuntar el alba se
empezaba a descubrir los efectos causados por tan magna, y a la vez profana
festividad. Era tan deprimente ver esas calles llenas de basura, personas
tiradas y orinadas a la orilla de la calle principal, porque su festejo se
esfumo, y sólo les queda sobrellevar una esclavitud que no coincide con el
nacimiento del Mesías hijo de Dios, que Se hizo hombre para salvar a la
humanidad de la esclavitud del pecado. Esa escena del día de navidad era una
cruda realidad para mi, pues no era necesario quedarme tirado para darme cuenta
de la ignominia que yacía dentro de mí, pues un día descubrí la esclavitud
cuando me propuse por lo menos abstenerme de lo ilícito seis horas antes de la
navidad (natividad), festejo tradicional dogmatizado por la institución
religiosa mundial. Esas seis horas fueron angustiosas, pero al sonido de los
juegos artificiales de pronto la alegría surgía, porque ya había terminado mi
sacrificio, y estaba listo para desbordar toda esa lujuria acumulada. Ahora tenía
licencia, autorización, pues había conseguido indulgencia hasta la próxima
navidad para su renovación.
Los testigos del
advenimiento del Mesías prometido

Ahora
me traslado, de mi Aldea Nueva Venecia, a Israel. El tiempo del cumplimiento de
la promesa del Mesías prometido se había acercado. Los pastores estaban siendo
testigos de tan majestuoso acontecimiento, en donde muchos ángeles descendieron
del cielo y alababan a Dios. En esa época había un hombre sobre quien el
Espíritu Santo estaba sobre él. Se llamaba Simeón, y se le había dicho que no
iba a morir sin ver antes al Mesías que Dios había prometido, y el Espíritu
Santo le ordenó ir al templo, porque Jesús había sido llevado por sus padres a
ese lugar para ser presentado como lo mandaba la Ley. Simeón lo tomó en sus
brazos y alabó a Dios diciendo: «Ahora,
Dios mío, puedes dejarme morir en paz.»¡Ya cumpliste tu promesa!» «Con mis
propios ojos he visto al Salvador, a quien tú enviaste y al que todos los
pueblos verán.» «Él será una luz que alumbrará a todas las naciones, y será la
honra de tu pueblo Israel.» Una profetiza viuda de ochenta y cuatro años de
edad. Se pasaba noche y día en el templo ayunando, orando y adorando a Dios. Se
llamaba Ana, y cuando Simeón terminó de hablar, Ana se acercó y comenzó a
alabar a Dios, y a hablar acerca del niño Jesús a todos los que esperaban que
Dios liberara a Jerusalén. Los pastores, la anciana Ana y Simeón, jamás hubieran
visto al Salvador de sus vidas sin la ayuda del Espíritu Santo, quien revela al
hombre su condición pecaminosa y su necesidad de ser salvado.
La condición humana y
su esperanza en Dios

Ana
sólo estuvo casada siete años y enviudó estando joven. Sabía lo que era el sufrimiento, pero no estaba amargada. El
sufrimiento puede producir en nosotros una de dos cosas: o nos hace duros,
amargados, resentidos y rebeldes a Dios, o nos hace más amables, tiernos y
compasivos; puede hacernos perder la fe, o arraigarla aún más en nuestro
corazón. Todo depende de lo que pensemos de Dios: si le consideramos un tirano,
seremos unos resentidos; si le tenemos como nuestro Padre, estaremos seguros de
que nunca hace que sus hijos derramen lágrimas innecesarias. Tenía ochenta y
cuatro años. Era anciana, pero no había perdido la esperanza. La edad
puede despojarnos del encanto y del vigor de nuestro cuerpo; y aun puede
producir un efecto peor: los años pueden llevarse la vida del corazón hasta el
punto de que se nos mueren las esperanzas que hemos abrigado antes, y nos
contentamos y resignamos con las cosas tal y como son. Todo esto depende de lo
que pensamos de Dios: si creemos que es distante y desinteresado, podremos caer
en la desesperación; pero si creemos que está interesado y conectado con la
vida, y que no retira la mano del timón, estaremos seguros de que lo mejor está
todavía por venir, y los años no nos harán nunca perder la esperanza. ¿Cómo es
que Ana era así? Nunca dejaba de
adorar y orar a Dios en el templo. Ella tenía fe y esperanza como Simeón, de
que no verían la muerte hasta ver con sus propios ojos al Salvador.
Intimidad de un Apóstol

El
apóstol Pablo en su carta enviada a los hermanos que estaban en Roma, comparte
algo de sus batallas internas con las que tiene que lidiar día a día. Pero no
se desalienta y finaliza declarando por la fe, de que Jesucristo lo ha
liberado. Que aunque muchas veces había sido derribado, él dijo que jamás sería
destruido. Como esclavo del pecado no dudaba de su inminente liberación a
través de Cristo cuando dijo: «En lo más
profundo de mi corazón amo la ley de Dios. Pero también me sucede otra cosa:
hay algo dentro de mí, que lucha contra lo que creo que es bueno. Trato de
obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que
puedo hacer es pecar. Sinceramente, deseo obedecer la ley de Dios, pero no
puedo dejar de pecar porque mi cuerpo es débil para obedecerla. ¡Pobre de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo, que me hace pecar y me separa de Dios? ¡Le
doy gracias a Dios, porque sé que Jesucristo me ha librado!» En esta íntima
confesión de Pablo, lo que resulta desastroso es la separación de Dios en
nuestras vidas después de que pecamos. Al igual que Adán, nos escondemos de
nuestro Creador, porque el pecado una vez evidenciado nos desnuda, provocando
vergüenza, y pensamos que con hojas que el mundo produce a través de la
religión será suficiente para cubrir nuestra desnudez. Por experiencia propia
se los digo. No hay argumento que valga, la sentencia es brutal cuando el dedo
acusador esta frente a uno, y no el dedo de Dios. Alabo a Dios porque siempre
ha extendido su vara y su cayado para infundirme aliento en el momento de la
desesperación, decepción, desamor etc. etc.
El
evangelio de Lucas dice que María fue bendecida por haber confiando en las
promesas de Dios, y ella de su propia boca dijo: «¡Le doy gracias a Dios con
todo mi corazón, y estoy alegre porque él es mi Salvador! »Dios tiene especial
cuidado de mí, que soy su humilde esclava. »Desde ahora todos me dirán: “¡María,
Dios te ha bendecido!”
ME HICISTE RETROCEDER... MMMM, NO RECUERDO CUANTOS AÑOS, CUANDO NOS INVITASTE A CONOCER ESE HERMOSO LUGAR DE NUEVA VENECIA, Y ACAMPAMOS EN UNA CARPA A ORILLAS DE LA PLAYA DEL SEMILLERO. LUGAR DONDE NOS CONTASTE QUE APRENDISTE A JUGAR FUT BOL CON UN COCO (FRUTO DE LA PALMERA). INTERESANTE ARTÍCULO QUE HAS PUBLICADO, SIEMPRE HE DICHO QUE LA VERDADERA NAVIDAD ES EL DÍA QUE UNO RECIBIÓ EL PERDÓN DEL SEÑOR Y LE INVITAMOS A ENTRAR Y NACER EL PESEBRE Y POSTERIORMENTE TRONO DE NUESTRO CORAZÓN. BENDICIONES A TU VIDA Y ADELANTE!
ResponderEliminarAquellos días en que fuimos a Venecia donde mis abuelos fue especial, Ellos como anfitriones eran excelentes. El día en que mis viejos amados vivieron el nacimiento del Mesías en sus corazones fue de gran regocijo para mi. Bendiciones Beto y a tu familia.-
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