«Mil cortes en las hojas del árbol del mal equivalen a uno solo en las raíces». Sólo podemos lograr una mejora considerable en nuestras vidas cuando dejamos de cortar las hojas de la actitud y la conducta y trabajamos sobre la raíz, sobre los paradigmas de los que fluyen la actitud y la conducta. (Thoreau)

lunes

La Ley de la Naturaleza (la SERIE, parte II)

El sentido moral nos indica hasta donde llegan las concepciones permitidas y dónde empieza la licencia prohibida. (Yoritomo Tashi)
CONCIENCIA DEL BIEN Y EL MAL

Pautas morales:

En mis años de profunda inocencia (ignorancia), recuerdo que se me dio instrucciones detalladas de no acercarme al corral, donde se encontraba una marrana en vísperas de parir. Ante la repuesta autoritaria de no hacerlo, eso despertó en mí un fuerte deseo de saber porque debía estar oculto a mis ojos la forma en que nacían los marranitos. Acompañado de un amigo nos fuimos acercando sigilosamente para ver qué pasaba con la marrana, aunque nos aseguramos de no hacer ruido, mi corazón acelerado se oía como cuando mi abuelo prendía el motor de hacer masa en la madrugada, con el escape roto. Parte de mí, quería salir corriendo de ese lugar, pero mi curiosidad me insistía en continuar el plan. A escasos metros se encontraba la marrana emitiendo unos sonidos muy parecidos a los que emitía yo cuando la fiebre se me elevaba demasiado. Con eso era suficiente para emprender la retirada, pero de pronto fijé mi mirada en la parte trasera del animal y observé que algo estaba saliendo envuelto en una bolsa transparente. Eso era lo que hacía falta para por fin salir corriendo de ese lugar. Corrí como nunca, y en mi huida me encontré con una botella quebrada, la cual se me incrustó en la planta del pie, pero eso no me detuvo; sabía que había infringido una ley y esta me perseguiría hasta pagar las consecuencias. Sabía que había hecho algo malo y estaba muy asustado. La herida al principio sólo se vía algo blanco, pues del susto la sangre había desaparecido, pero cuando me fui calmando, la sangre empezó a salir desaforadamente. Me había convertido en un trasgresor de la ley.


Cuando tenemos conciencia del bien y del mal, asumimos que los demás también lo saben. Decimos cosas como éstas: « ¿Qué te parecería si alguien te hiciera a ti algo así?» «Ese es mi asiento; yo llegué primero.» «Déjalo en paz; no te está haciendo ningún daño.» « ¿Por qué vas a colarte antes que yo?» «Dame un trozo de tu naranja; yo te di un trozo de la mía.» «Vamos, lo prometiste.» Las ´personas dicen cosas como esas todos los días, la gente educada y la que no lo es, y los niños igual que los adultos. Apelamos a un cierto modelo de comportamiento que esperamos que la otra persona conozca. La otra persona rara vez contesta: «Al diablo con tu modelo.» Casi siempre intenta demostrar que lo que ha estado haciendo no va realmente en contra de ese modelo, o que si lo hace hay una excusa especial para ello. Aquí hay presente una especie de ley o regla de juego limpio o comportamiento decente o moralidad, acerca de la cual sí están de acuerdo. Si no la tuvieran podrían, por supuesto, luchar como animales, pero no podrían discutir en el sentido humano de la palabra. Discutir significa intentar demostrar que el otro hombre está equivocado. Y no tendría sentido intentar hacer eso a menos que tú y él tuvieran un determinado acuerdo en cuanto a lo que está bien y lo que está mal, del mismo modo que no tendría sentido decir que un jugador de fútbol ha cometido una falta a menos que hubiera un determinado acuerdo sobre las reglas de fútbol.

En el momento que justificamos nuestros actos, en ese momento estamos dando como válida ese ley natural intrínseca en el ser humano. ¿Qué sentido tendría decir que el enemigo estaba haciendo mal a menos que el bien sea una cosa real que ellos en el fondo conocían tan bien como nosotros y debieron haber practicado? Si no tenían noción de lo que nosotros conocemos como bien, entonces, aunque hubiéramos tenido que luchar contra ellos, no podríamos haberles culpado. Sé que algunos dicen que la idea de la ley de la naturaleza o del comportamiento decente conocida por todos los hombres no se sostiene, dado que las diferentes civilizaciones y épocas han tenido pautas morales diferentes. Pero esto no es verdad. Ha habido diferencias entre sus pautas morales, pero éstas no han llegado a ser tantas que constituyan una diferencia total. Si alguien se toma el trabajo de comparar las enseñanzas morales de los antiguos egipcios, babilonios, hindúes, chinos, griegos o romanos, lo que realmente le llamará la atención es lo parecidas que son entre sí y a las nuestras. Piense en un país en el que la gente sea admirada por huir en la batalla, o en el que un hombre se sintiera orgulloso de traicionar a toda la gente que ha sido más bondadosa con él. Lo mismo daría imaginar un país en el que dos y dos sumaran cinco. Los hombres han disentido en cuanto a sobre quiénes ha de recaer nuestra generosidad, si en la propia familia, o los compatriotas, o todo el mundo. Pero siempre han estado de acuerdo en que no debería ser uno el primero. El egoísmo nunca ha sido admirado. Los hombres han discrepado sobre si se deberían tener una o varias esposas. Pero siempre han estado de acuerdo en que no se debe tomar a cualquier mujer que se desee.

Cada vez que se encuentra a un hombre diciendo que no cree en lo que está bien o lo que está mal, se verá que este hombre se desdice casi inmediatamente. Puede que no cumpla la promesa que ha hecho, pero si intentan romper una promesa que le han hecho a él, empezará a quejarse diciendo «no es justo». Una nación puede decir que los tratados no son importantes, pero a continuación lesionará su argumento diciendo que el tratado en particular que quiere violar era injusto. Si los tratados no son importantes, y si no existe tal cosa como lo que está bien y lo que está mal, si no hay una ley de la naturaleza, ¿cuál es la diferencia entre un tratado injusto y un tratado justo? ¿No se han evidenciado demostrando que, digan lo que digan, realmente conocen la ley de la naturaleza como todos los demás? Termino este episodio diciendo: Ninguno de nosotros guarda realmente la ley de la naturaleza. ¿Por qué?


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