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NIÑA EMBARAZADA |

La Iglesia ya había entrado en la Gran Apostasía. Ella había conquistado al Imperio Romano; pero en realidad el Imperio había conquistado a la Iglesia, no aboliéndola sino rehaciéndola a su propia semejanza. La Iglesia Imperial de los siglos 4o. y 5o. se había hecho una institución completamente diferente de la Iglesia perseguida de los tres siglos primeros. En su ambición de reinar, olvidó y perdió el espíritu de Cristo.
«Mil cortes en las hojas del árbol del mal equivalen a uno solo en las raíces». Sólo podemos lograr una mejora considerable en nuestras vidas cuando dejamos de cortar las hojas de la actitud y la conducta y trabajamos sobre la raíz, sobre los paradigmas de los que fluyen la actitud y la conducta. (Thoreau)
viernes
Con hambre y sed de justicia
Mucho se habla de justicia, igualdad y de corrupción.
Se oyen voces desgarradoras denunciando de los gobernantes su ingobernabilidad.
Al parecer ellos como que saben lo que se debe de hacer y justifican su anarquía
por la incompetencia del Estado en asumir su papel. Las demandas se hacen
llegar días tras día y no parece acabar. El hijo demanda de sus padres la falta
de atención y los hace responsables de su situación actual. Sienten desprecio
por la apatía de sus progenitores y odian que se metan en sus vidas. Quieren
amor, pero aborrecen la disciplina.
Desde la antigüedad se nos fue dicho: A quien Dios ama y toma por hijo,
lo disciplina. Como que hemos
tergiversado el termino de castigo y disciplina. El niño cuando nace le
introducen una bomba para extraer fluidos que tiene en su garganta. De no
hacerlo, el infante morirá. A eso se
refiere las Escrituras cuando usa la palabra «Instruye» cuando dice: “Instruye al niño en su carrera y cuando
llegue a viejo no se apartará de Él”. La palabra castigo tiene como principal
función el salvar la vida, es por eso que está ligado al amor, sólo el amor ve
como imperante el castigo, no el odio ni la venganza que tiene como fin la
muerte. Pablo a los hebreos les dice: Es verdad que ninguna disciplina
al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto
apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.
«Tengo hambre y sed de justicia» Bella frase. Muchos
la hemos usado con frecuencia. En cantos cristianos se suele escuchar, y en
oraciones. Pero, ¿entenderemos lo que significa? No en vano Dios le hace la
siguiente pregunta a Su pueblo: ¿Entienden lo que significa «misericordia
quiero»? Jesús antes de apartarse de ellos les dijo que era conveniente cumplir
con toda justicia. En el sermón del monte dijo que los que tienen hambre y sed
de justicia eran bienaventurados, porque serían saciados. También dijo que los
que padecen persecución por causa de la justicia son bienaventurados, porque
formarán parte del reino de los cielos, y que, si la justicia de sus seguidores
no era mayor que la de los escribas, entonces no entrarían en el reino de los
cielos. Su consejo era que se cuidaran de hacer su propia justicia delante de
los hombres, para ser vistos por ellos, porque no serían recompensados por el
Padre que está en los cielos. Les pedía que buscarán primeramente el reino de
Dios y su justicia y lo que estaba a la vista de sus ojos serían añadidas. A
los fariseos les dijo que quitarán su mirada de las dadivas que recibían de los
hombres y que se centraran en lo más importante de la ley: «La justicia, la
misericordia y la fe» Estos son los pilares del reino de los cielos. Mi consejo
es que le pongamos mucha atención a su comprensión y aplicación en lo
cotidiano. En el día a día.
He encontrado muchas personas sinceras en el evangelio
sin hambre ni sed de justicia. Eso me hace pensar que quizás no han comprendido
lo que en realidad significa tener hambre y sed de justicia, porque hoy en día
lo que más hace falta es justicia. Ha llegado a tal grado la falta de ella que
la población se ha unido en manifestaciones para externar su hambre y sed de
que se aplique la justicia. ¿Cuantos cristianos estuvimos allí manifestando
nuestra inconformidad? La buena noticia es que son bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia, pero entiéndase que se trata de la justicia de
Dios, no la de los fariseos o de la nuestra que sólo busca ser vista por los
demás. Yo no he visto a cristianos gemir, porque las niñas de mi país a los 11
años quedan embarazadas de su propio padre, del padrastro o porque su madre de
escasos recursos no tuvo más que entregársela a un oportunista. Pero si he
escuchado a líderes cristianos decir con tanta frialdad que todo eso está
escrito en la Biblia. Hay muchos que se alegran, pues dicen que son los juicios
de Dios sobre los hombres desobedientes. Actúan como Jonás: implacables, que se
pelean con el Eterno cuando hace misericordia con los que se arrepienten. Se
les olvida que Dios ama hacer misericordia. Que cuando se presenta a los
hombres dice: Yo soy el Dios de los huérfanos, de las viudas y de los
desamparados. Cuando de justicia se trata, él aparece como el León de la tribu
de Judá. Mientras que el adversario anda como león rugiente, viendo a quien
devorar, Él en verdad es el León que pelea por los suyos. Como David tomado por
el Espíritu, era capaz de abrirle las fauces al oso y quitarle la oveja de su
boca. Ese es el Espíritu de verdad y de justicia. Por eso Dios lo escogió para
ser rey de Israel.
Pablo en la carta enviada a los hermanos de Roma les
dice que Israel que iba tras una ley de justicia no la alcanzó, que, ignorando
la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sujetaron a
la justicia de Dios. El peligro de
establecer nuestra propia ley de justicia es no sujetarse a la justicia de
Dios. Hay mucho que aprender de la
justicia de Dios y si le pedimos que venga a nosotros su reino, entonces
debemos de sujetarnos a la justicia de ese reino. Amar esa justicia. Poner por
obra esa justicia. El justo por la fe vivirá.
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