«Mil cortes en las hojas del árbol del mal equivalen a uno solo en las raíces». Sólo podemos lograr una mejora considerable en nuestras vidas cuando dejamos de cortar las hojas de la actitud y la conducta y trabajamos sobre la raíz, sobre los paradigmas de los que fluyen la actitud y la conducta. (Thoreau)

martes

La Ley de la Naturaleza (la SERIE parte III)

Ningún hombre conoce lo malo que es hasta que no ha tratado de esforzarse por ser bueno. Sólo podrás conocer la fuerza de un viento tratando de caminar contra él, no dejándote llevar. (Clive Staples Lewis)

Los instintos y la Ley Moral o Auténtica.


En el episodio anterior de la serie, terminé diciendo que ninguno de nosotros guarda realmente la ley de la naturaleza o Ley Moral. ¿Por qué? A esta interrogante le seguirán una serie de excusas. Puede que este año, o este mes, o, más probablemente, este mismo día, hemos dejado de practicar la clase de comportamiento que esperamos de los demás. Puede que tengamos toda clase de excusas. La vez que fuiste tan injusto con los niños era porque estabas muy cansado. El asunto de dinero ligeramente turbio, el que casi habías olvidado, ocurrió cuando estabas en apuros económicos. Y lo que prometiste hacer por el anciano Fulano de Tal y nunca hiciste... bueno, no lo habrías prometido si hubieras sabido lo terriblemente ocupado que ibas a estar. Y en cuanto a tu comportamiento con tu mujer (o tu marido), o tu hermano (o hermana), si yo supiera lo irritantes que pueden llegar a ser, no me extrañaría... ¿Y quién diablos soy yo, después de todo? Yo soy igual. Es decir, yo no consigo cumplir muy bien con la ley de la naturaleza, y en el momento en que alguien me dice que no la estoy cumpliendo empieza a fraguarse en mi mente una lista de excusas extensa. La cuestión ahora no es si las excusas son buenas. El hecho es que son una prueba más de cuan profundamente, nos guste o no, creemos en la ley de la naturaleza y que nos excusamos al darnos cuenta que no la cumplimos. 

Dicen por allí que cuando aparecieron las excusas, ya nadie queda mal. Sentimos la ley de la naturaleza presionando sobre nosotros, que no podemos soportar enfrentarnos con el hecho de infringirla, y en consecuencia intentamos evadir la responsabilidad. Porque nos damos cuenta de que es sólo para nuestro mal comportamiento para los que intentamos buscar tantas explicaciones. Es sólo nuestro mal carácter lo que atribuimos al hecho de sentirnos cansados, o preocupados, o hambrientos; nuestro buen carácter lo atribuimos a nosotros mismos. Casi siempre actuamos por impulso, lo que algunos llamaría instinto gregario, pero eso no tiene nada que ver con la Ley Moral o Ley de la Naturaleza y para ello les contaré una experiencia vivida en carne propia en donde al final tomamos una decisión para bien o para mal.

Hace muchos años un motorista en una curva se abrió mucho y lo embestí. Eso pasó en segundos y al oír el impacto pensé que la persona había muerto e hice lo que todo un cobarde haría: huir. En mi fuga iba aterrorizado. Bien dice la Biblia que el impío huye sin que nadie lo persiga, sólo manejé y manejé y al sentirme un poco calmado me dirigí a un taller para que arreglaran la puerta derecha, que fue donde la persona se impactó. Horas más tarde llegué a mi trabajo y al entrar a la oficina mi jefe me dijo: _ Ya estamos enterados de lo que pasó. En ese momento sentí que la tierra se abría para tragarme. La denuncia había sido puesta en el Ministerio Público. Para no cansarles, tuve que ir a buscar a la persona, quien se había fracturado el tobillo. Al llegar a su casa me recibió su esposa y al contarle quien era yo, cambió su semblante e inmediatamente llamó a su esposo, quien estaba usando muletas. Oraba a Dios en silencio pidiéndole que me diera las palabras apropiadas. Le pedí perdón y él me confrontó fuertemente, y tenía razón, pero al final me dijo que valoraba que hubiera tenido el valor de llegar a su casa. Horas más tardes con dificultad, él y yo nos dirigimos a MP a levantar la denuncia y me comprometí a pagar los daños causados. En el momento del percance no sabía qué hacer y al final decidí huir. Después me entero que el vehículo que andaba tenía seguro completo. Debí quedarme allí, no sólo por el seguro, sino por el deber de ayudar a los demás.

Sentir un deseo de ayudar es muy diferente de sentir que uno debería ayudar lo quiera o no. Si oyes un grito de socorro de un hombre que se encuentra en peligro. Probablemente sientas dos deseos: el de prestar ayuda (debido a tu instinto gregario), y el de manteneros a salvo del peligro (debido al instinto de conservación). Pero sentirás en tu interior, además de estos dos impulsos, una tercera cosa que te dice que deberíais seguir el impulso de prestar ayuda y reprimir el impulso de huir. Bien: esta cosa que juzga entre dos instintos, que decide cuál de ellos debe ser alentado, no puede ser ninguno de esos instintos. Por ejemplo, si somos músicos, la ley moral nos indica qué canción tenemos que tocar; nuestros instintos son simplemente las teclas. Otra manera de comprender que la ley moral no es sencillamente uno de nuestros instintos es la siguiente: si dos instintos están en conflicto, y no hay nada en la mente de la criatura excepto esos dos instintos, es evidente que ganará el más fuerte de los dos. Pero en esos momentos en que somos más conscientes de la ley moral, ésta normalmente parece decirnos que nos aliemos con el más débil de los dos.

Es un error pensar que algunos de nuestros impulsos, como el amor maternal o el patriotismo, son buenos, y otros, como el sexo o el instinto de lucha, son malos. Lo que queremos decir es que las ocasiones en que el instinto de lucha o el deseo sexual necesitan ser reprimidos son bastante más frecuentes que aquellas en las que es necesario restringir el amor maternal o el patriotismo. Pero hay situaciones en las que es el deber de un hombre casado alentar su impulso sexual, y de un soldado alentar su instinto de lucha. Hay también ocasiones en las que el amor de una madre por sus hijos o el de un hombre por su país tienen que ser reprimidos, o conducirán a una injusticia hacia los hijos o los países de los demás. Hablando con propiedad, no hay tal cosa como impulsos malos o impulsos buenos. Piensen otra vez en un piano. No tiene dos clases de notas, las «correctas» y las «equivocadas». Cada una de las notas es correcta en un momento dado y equivocada en otro. La ley moral no es un instinto ni un conjunto de instintos: es algo que compone una especie de melodía (la melodía que llamamos bondad o conducta adecuada) dirigiendo los instintos.

Esto nos hace diferentes de los animales. Con justa razón Pablo escribió que una es la mente espiritual y otra la mente animal. En una confesión expresó: Mi experiencia de la Ley, entonces, es que quiero hacer lo que está bien, pero que lo único que está dentro de mis posibilidades es hacer lo que está mal. En cuanto a lo íntimo de mi ser, estoy totalmente de acuerdo con la Ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros que no hace más que presentar batalla contra la ley de mi mente, y me lleva cautivo mediante la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Qué miserable soy! ¿Quién me librará de este cuerpo fatal? Pablo nos dice que está teniendo fuertes batallas internas. La ley de su mente batallando contra la ley de sus miembros. En esta confesión del apóstol, aparecen en escena la Ley de Dios, la ley de la mente y la ley del pecado y que su lucha está entre la mente y sus miembros. Al parecer no tiene ningún conflicto con la Ley de Dios, pues dice estar totalmente de acuerdo con ella, pero la pregunta es: ¿La guarda, es decir: la pone por obra? Si sabes que es buena, ¿por qué no la puede cumplir? El hombre debería hacer lo bueno. ¿Por qué no lo hace?

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